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Aunque no parezca, hemos progresado

La participación política de las mujeres en Ecuador frustra, pero podría ser -porque fue- mucho peor.

El 6 de febrero de 1997, en una movida que marcaría nuestra historia política -como casi siempre- el ya extinto Congreso Nacional, que nos dio espectáculos dignos de una comedia física de Buster Keaton con cenicerazos, o diálogos tarantinescos que incluían Golden Shower, daba de baja de sus funciones como presidente de la República a Abdalá Bucaram, alegando “incapacidad mental”. Ese día, como la lógica y nuestros propios antecedentes democráticos indicaban, Rosalía Arteaga firmaba un decreto casi idéntico al que Osvaldo Hurtado firmó en 1981, y se convertiría en la primera Presidenta de Ecuador. Por supuesto, el sueño feminista de tener a una mujer capacitada en el poder estaba demasiado adelantado a su tiempo y al final, fue un destello que duraría pocas horas. Así era la participación política de las mujeres en Ecuador, siempre destinada a ser relegada a puestos inferiores, o simplemente descartada en su totalidad.

Ahora, en agosto de 2020, en medio de una pandemia, con una crisis sanitaria, económica e institucional, se abre la puerta de la campaña electoral que nos da paso a las elecciones del 2021. Por supuesto, eso da cabida a analizar en qué lugar estamos las mujeres después de 23 años. ¿Estamos en el lugar que queremos o aún somos un adorno en la papeleta? Como casi todo, la respuesta no es sencilla y es igual de diversa qué la misma sexualidad humana.

Solo para contextualizar un poco a nuestra naturaleza latinoamericana, vamos a revisar algunos datos que son relevantes. Según Ana Fernandez Poncela, en su artículo Las mujeres en la política latinoamericana en la revista Nueva Sociedad, en 2008, la participación legislativa de las mujeres en el mundo era del 17,7 %. Estamos hablando del año en el que personajes como Cristina Fernández y Michelle Bachelet eran presidentas de Argentina y Chile, respectivamente. Ese porcentaje, sin embargo, es 7 puntos más alto que en 1995, donde no habían mujeres en Latinoamérica con cargos presidenciales. Ahora, ¿Qué nos dice esto de nuestra actualidad?

Pues, si de figuras hablamos, Ecuador no carece de figuras femeninas predominantes. Cynthia Viteri, por ejemplo, es la primera alcaldesa mujer de Guayaquil en este siglo y la segunda después de Elsa Bucaram. Al mismo tiempo, la misma Viteri ha sido candidata presidencial y tuvo una participación importante en el difunto congreso y en la Asamblea Nacional durante su carrera política. A pesar de eso, su involucramiento se sintió siempre influenciado por los hombres de su partido, sobre todo de los líderes del Partido Social Cristiano (PSC), León Febres-Cordero y Jaime Nebot. Es ahora, durante su período en la alcaldía, donde tanto ella como el ex-alcalde han tomado la postura de tomar distancia política. En febrero de 2020, la alcaldesa destinó 8 millones de dólares al reemplazo de palmeras -íconos de la regeneración urbana de la administración anterior- por árboles nativos, en un movimiento que se sintió como un golpe de personalidad ante los cuestionamientos al rol de Nebot en la nueva alcaldía.

Esto va de acuerdo a lo que la misma Ana Fernández Poncela dice en su artículo:

En general, se considera que se requiere de un número suficiente de mujeres en el poder para lograr representar los intereses y los problemas de las mujeres. Pero también existe la sospecha de que,

una vez en el poder, estas se masculinizan y reproducen los modelos construidos por los hombre. (Fernández Poncela, 2008)

Pero bueno, este asunto no es único del PSC, tenemos el mismo problema del lado del correísmo. Bajo el liderazgo de Rafael Correa, un número importante de mujeres ocuparon cargos predominantes durante su gobierno y después. Figuras como Gabriela Rivadeneira, Marcela Aguiñaga o Rosana Alvarado tuvieron participaciones políticas importantes a pesar de las declaraciones y acciones cuestionables de su líder en materia de participación femenina, derechos reproductivos y demás. Y a pesar de la reinvindicación discursiva que intenta tener el expresidente, los cuestionamientos pueden pesar más a la hora de encarar una carrera electoral.

Por todo lo expuesto, es imperativo entender que la renovación de rostros no debe ser solo un discurso o una treta comunicacional, sino que debe ser integral. Si más mujeres van a participar en política, deben tener una voz propia, capaz de cuestionar el status quo general y el de sus propios líderes. Es refrescante ver mujeres preparadas en listas y con una visión muy personalizada de la política, porque esa diversidad de voces es los que nos va a permitir tener una democracia más sana y, a pesar de que aún es frustrante ver cómo se han relegado a figuras extremadamente valiosas a roles secundarios, es esa frustración la que va a hacer que luchemos más por los espacios que merecemos, porque incluso así, estamos menos peor que hace 23 años.

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