Cristian Gorbea, de 49 años en ese entonces y gerente de recursos humanos de un banco bonaerense, corría en medio de una oscura noche del 11 de septiembre de 2010, en lo que era una maratón de montaña en el cerro Champaquí, ubicado en la provincia de Córdova (Argentina). Quiso tomar un atajo inexistente en plena montaña y cayó por un barranco, desde una altura considerable, quedó colgado en una pequeña roca, a más de 100 metros de altura. Cuenta que “sentía la ladera de la montaña a mi espalda, sentía las piernas colgando, estiraba los brazos y no sentía nada. Lo primero que me pasó es que me peleé con la situación y conmigo, me dije: tenía que haber doblado, tenía que haber subido, no tenía que haber seguido, qué mal que marcó este camino la organización, me enojé con todo”.
De pronto, el deportista sintió otro tipo de pensamiento, “era la voz de una instructora mía que me decía que el momento presente es inevitable, esa frase quiere decir que si estás en un problema, aguántatelo, tienes que resolverlo. A partir de ahí es como que empecé a tomar buenas decisiones, porque dije, bueno, vamos a esperar a que salga el sol”. Durante la que para él fue la noche más larga de su vida, a cada rato miraba su reloj de carrera y era como si los minutos no pasaran, “eran las tres de la mañana y pensaba cosas, cómo iba a salir. Salió el sol y me doy cuenta que estoy sentado, aferrado a un arbolito, es un espacio de medio metro de ancho, abajo tenía un precipicio de 150 metros y no había manera de subir ni de bajar”.
Con sus escasas habilidades de montañista, intentó subir por la ladera sin éxito, porque le dio terror. Una vez más, sentado mirando hacia el vacío, pensó en su familia: “lo único que extrañaba era las sobremesas en casa, con mi mujer y mis dos hijos, en ningún momento pensé en la cotización del dólar, en la inflación, en la política, ni un solo segundo. Todo el tiempo pensaba en cosas chiquitas, bien gratuitas, y que con eso tenemos todo en la vida. Me arrepentía de no haberle dedicado tiempo a esas cosas que tienen tanto valor y un costo cero”.
Al pasar el segundo día, lo único que veía era los pájaros volando en un hermoso cielo azul, continuamente tocaba un silbato que llevaba consigo y gritaba auxilio, sintiendo cómo el sonido de sus gritos desesperados se perdía en la montaña. Pero, de pronto, vio a lo lejos, lejísimos, dos figuras que parecían ser dos personas caminando, “les grito, ellos me gritan y con señas me dicen que me van a ir a buscar. Vinieron los bomberos, me tiraron una soga”, y así fue como luego de 42 horas, Cristian fue finalmente rescatado.
Después del accidente, su hija le exigió que nunca más volviera a practicar el deporte, pero “yo tenía una cosa interna que me moría y dejaba de ser quien soy si dejo de ejercer mi pasión. Entonces, de a poquito fui pidiendo permiso a mi familia para volver a correr. Seis meses después corrí en una montaña, volví sano y salvo”.
Al año siguiente, Cristian volvió al lugar que lo atrapó en Córdova, lo hizo con el rescatista que lo salvó e hizo lo siguiente: “Me detuve un momento en el lugar que me había perdido y agradecí con el corazón seguir haciendo lo que tanto me gusta”. Hace tres años, se dio la oportunidad de correr a la Antártida, donde siempre quiso ir.
Admite que “antes, yo era un evangelizador de sedentarios, si alguien no corría, me lo llevaba a correr. Pero me di cuenta que no es el qué, sino el cómo. A mí me sirve correr, a otros les servirá bailar, escribir, pintar; si tenemos una pasión o algo que nos gusta, es una soga que nos sostiene un poco más que si no la tuviéramos, el tema es descubrirlo y meterle ganas”.
Luego del accidente, Cristian comenzó a dialogar con personas que hubieran pasado por situaciones trágicas, la mitad de ellos seguía su vida, al igual que él, con una perspectiva diferente y mejorada, pero la otra mitad vivía igual o peor que antes de sus incidentes.
Además de llevar adelante su amor por las carreras, actualmente es socio de una consultora que desarrolla simuladores de negocios para ayudar a tomar mejores decisiones. Todos los años regresa a correr al Champaquí.
¿Cuántas veces nos hemos perdido en la oscuridad y buscamos acortar o suavizar el camino, en lugar de vivir todo el proceso que implica llegar a la meta?
Jenniffer Rodríguez