“Amar al fútbol por sobre todas las cosas.”
Segundo mandamiento de la Iglesia Maradoniana
1978. Gianni Di Marzio, director técnico y ojeador del club Nápoli de Italia, se encuentra en Argentina por el mundial de fútbol. El relato de un taxista durante su estadía en el país sudamericano despierta su interés en una joven promesa de Argentinos Juniors de tan solo 17 años que, lamentablemente, no fue incluido en la lista oficia de jugadores del seleccionado argentino. Graba el nombre en su mente: DIEGO MARADONA, e inmediatamente organiza una cita para conocerlo. Bastaron 15 minutos -en los que marcó tres goles- en el campo de fútbol para que el embrujo zurdo cautivara al técnico italiano. $270.000 fue el acuerdo dispuesto por él y el club argentino por el joven jugador. La negativa del entonces presidente del club italiano, Corrado Ferlaino, impide momentáneamente que el Pelusa vista la azzurri napolitana. Tendrán que pasar 6 años para que El Pibe de Oro pise suelo sureño italiano.
“Diego nuestro, que estás en la tierra, santificada sea tu zurda.”
El sur representa en el imaginario colectivo de varias partes del mundo como el lado negativo de la prosperidad y el progreso (“Debes encontrar tu norte” reza cierta frase). Sudamérica (y Latinoamérica en general) no es bien vista por su contraparte del norte por ser “tierra de nadie” o, ya en un plano más hiriente, “tercermundista” (término obtuso y obsoleto en nuestros días); en la capital ecuatoriana, su lado sur tiene la mala fortuna de encontrarse a espaldas de la Virgen de Legarda y, muchos de quienes viven en Quito, la consideran como “la parte fea de la ciudad” por su atisbo popular, cargado de una vibra callejera real y única; con Nápoles pasa algo similar: ciudad sureña, la más poblada de Italia, es vista de mala gana por la parte norte y rica del país. Ciudad futbolera por excelencia, su pasión desborda a sus habitantes y los une en un solo sentimiento profesado al equipo de sus amores: S.S.C. Napoli.
A un zurdo (también visto de mala gana por quienes proponen a la diestra como lo “normal y regular”) la ciudad italiana le recordaba los arrabales bonaerenses, donde entendió la divinidad de su don entre gente humilde y trabajadora. El 1 de julio de 1984, el FC Barcelona, club en que jugaba el diez argentino, acepta la propuesta del Napoli de siete millones de dólares por el pase de Maradona. A sus 23 años, Diego se prepara para convertirse en el héroe, el ídolo, de una ciudad ansiosa de un astro que personifique su espíritu y los salve del descenso de categoría para llevarlos a la gloria. El 5 de julio, el estadio San Paolo retumba y vibra. Setenta mil aficionados llenan la nueva casa del hijo pródigo. “Dieeeeeeeeeego, Dieeeeeeeeego” se escucha como canto general. Al entrar a la cancha, con los brazos extendidos al cielo, Maradona toma el puesto de San Genaro para ascender a los cielos y convertirse en el nuevo santo patrono de Nápoles.
“D10S te salve pelota, llena eres de gracia, el Diego es contigo.”
Maradona lleva su talento al Napoli y en tres años, luego de conquistar el mundial de fútbol con la selección argentina en México 1986, después de convertir el gol “más hermoso de la historia” y de transformar la polémica en genialidad con su “mano de Dios”, conquista el primer scudetto para el equipo napolitano el 10 de mayo de 1987. Su inmortalidad ya no puede ser cuestionada: Diego personifica a Nápoles y le otorga a la ciudad su orgullo y felicidad perdidos. Sin perder momento, dos victorias más le suceden después de su primer gran triunfo: una Copa Italia, una Supercopa, la copa UEFA y el segundo scudetto. Dios umano, así se lo recuerda la ciudad que pasa de la marginalidad al panteón de los grandes equipos de la mano de D10S. Maradona es Nápoles, representa el triunfo de la pobreza sobre la adversidad. Maradona es fútbol, con todas sus virtudes y pecados. Maradona habla directamente a la gente y convierte a la miseria citadina en esperanza a través de sus goles de pibe de barrio. “Si yo fuera Maradona, viviría como él, porque el mundo es una bola, que se vive a flor de piel.”
Por Sebastián Vera
En mis redes: @sebis_vera