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El retorno de un adicto a casa: Un milagro por fin de año

PorJenniffer Rodríguez

Ene 4, 2021

Timoteo era el hijo menor de una familia mexicana, consentido de su mamá y su hermana mayor, quienes se sacaban la madre para que él lleve una vida digna; era un muchacho simpático que se dejaba llevar por cualquiera que le hablara bonito sobre la vida. A los 16 años, siendo un 26 de diciembre, el adolescente se fue de la casa, deslumbrado por un hombre que le conversó sobre lo fácil que era ganarse el dinero en las calles de Los Ángeles (Estados Unidos).

Justo cuando iba camino a cruzar la frontera, tuvo el siguiente cuestionamiento: ¿Por qué aquel hombre se tomaba tantas molestias con él? Sin embargo, la idea de regresar a su casa con ropa nueva y un fajo de dólares lo embelesaba, pensando día y noche en lo que dirían sus amigos al verlo llegar forrado de dinero.

Pero al llegar a la frontera, su sueño se volvió una pesadilla que duró veinte años. “Me dijeron que para pagar mis gastos y mi cruzada, tenía que enganchar, por lo menos, a veinticinco personas en la central de autobuses de Tijuana, pero siempre salía debiéndoles algo y mi turno para cruzar nunca llegaba”, recordó Timoteo, pensando en la desesperación que sufrió esos días. Pero, finalmente, cruzó por el cerro, cargando un paquete del cual nunca supo su contenido.

Al cumplir 17 años, un Timoteo temeroso ya estaba en las calles de Los Ángeles, vendiendo heroína al menudeo y, en su lucha por sobrevivir, se adaptó a la calle y se acostumbró al dinero fácil.

Al cabo de 6 años, ya había mandado 2 cartas a su casa y 300 dólares, mientras que su madre y su hermana lloraban pidiéndole a Dios que lo cuidara, que regresara, pero después pasaron los días y los años sin tener noticias de él.

Mientras, Timoteo tenía más dinero del que jamás había soñado, conducía un buen carro y no le faltaban las mujeres, manteniéndose con lo que medio centenar de adictos le consumía todos los días. “Hasta entonces, mi debilidad era el alcohol y las mujeres. El que me metió en todo eso me aconsejó que solo se hace dinero con la heroína si no la tocas, pero yo rompí la regla”, dijo Timoteo.

A los 27 años, ya no manejaba un buen auto, ni tenía un montón de mujeres, sino que tomaba alcohol cada vez más y su vida giraba en torno a comprar, vender y consumir heroína. Su cumpleaños 28 lo pasó en la cárcel, pues lo detuvo la policía junto con su proveedor. Fue condenado a 3 años y 4 meses de prisión.

Salió a los 38 años de edad, solo, sin dinero y con muchas ganas de volver a drogarse, y a los  2 meses de dejar la cárcel estaba de nuevo enganchado, solo que ya no tenía dinero para comprar y vender, por lo que tuvo  que robar y pedir limosna para sostener su adicción. “Esos años viví un infierno, comiendo cualquier cosa, durmiendo donde me cogiera la noche, todo se me iba en droga. (…)  Me recogieron medio muerto de frío, de hambre y no podía ni moverme, me sentí morir, clamé a Dios y le prometí que si me dejaba regresar a mi casa yo le sería fiel el resto de mis días”, contó.

Y luego de salir del centro de rehabilitación, Timoteo encontró una forma honesta de vivir, trabajando, muerto de cansancio, pero con una sonrisa en los labios sabiendo que se había ganado el pan de cada día.

A las 21H00 del 31 de diciembre de 2019, llegó a su casa emocionado y lleno de remordimientos y culpas, veintitantos años más viejo, sin ropa nueva, ni el fajo de billetes que había soñado. Su madre lo abrazó y, como si fuera su niño de antes, lo dejó llorar en su regazo, diciéndole: “Llora hijo, llora que las lágrimas limpian el alma y la tuya ha vuelto a ser de niño”.

Por Jenniffer Rodríguez

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