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Reflexiones pluviosas

PorSebastián Vera

Mar 4, 2021

Los mantos de nubes grises y lluvia rodean la ciudad y la convierten en un pozo. En las calles, algunas personas corren y guarecen donde puedan y con lo que tengan: árboles, cobertizos de tiendas, con fundas plásticas o utilizan inútilmente sus manos para cubrirse la cabeza. El invierno impone una atmósfera lúgubre. Mientras muchos corren a sus casas, otros caminan lentamente hacia los contenedores o fundas de basura de las esquinas, a pesar de la lluvia cruel. Improvisan ponchos con fundas de basura, mantienen el calor escarbando por papeles y plástico; con suerte, encontrarán ropa o alguna baratija en desuso para darle nueva vida, quizás comida para el día y la semana. Su vaho dibuja en el ambiente cansancio y esfuerzo.

Familias se agrupan en varios semáforos y esquinas del hipercentro de Quito, en su mayoría, migrantes. Tiritan de frío y se abrazan entre todos para conservar el calor. Veo a una madre llorando mientras abraza a su bebé. Mendigan piedad y algunos centavos mientras sostienen carteles de cartón con frases como “Ayúdame, por favor.”, “Gracias por tu colaboración”, “Tengo hambre”. Ofrecen caramelos o una rápida limpieza de parabrisas, que por lo general son rechazados por conductores. Muchas otras personas ofrecen una serie de productos entre comida o artículos electrónicos. Veo mi carpeta con hojas de vida, y observo a muchos otros más que caminan con su vida papel en las manos. “Sin palancas y sin contactos, no se consigue trabajo”, repetía en la cabeza como mantra antiguo desde tiempos de la universidad.

Según la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), debido a la crisis provocada por la pandemia del COVID-19, América Latina retrocederá doce años en términos de pobreza y veinte años en términos de pobreza extrema. 8 de cada 10 latinoamericanos se encuentran en una situación de vulnerabilidad. Ya desde 2014, en Latinoamérica los índices de desigualdad en cuanto a ingresos, a género, a distribución de la riqueza e informalidad han incrementado considerablemente, afectando en su mayoría a los sectores rurales, indígenas y afrodescendientes. 209 millones de latinoamericanos se encuentran sumidos en la pobreza,  más del 30% de personas de la región.

En Ecuador, la situación también es preocupante. 32 de cada 100 ecuatorianos vive con menos de $2,80 diarios, 15 de cada 100 ecuatorianos vive con $1,50 diarios: cerca de la mitad de la población ecuatoriana vive en el abismo de la pobreza, y con una situación económica que continúa agravándose, el número aumentará. Según el INEC (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos) se considera a una persona pobre cuando su ingreso mensual es menor a $84,05 y es pobre extremo al recibir un ingreso por debajo de $47,37. 7,4 millones de hogares en el país sufrirán de las privaciones de bienes y servicios básicos.

En 2020, 650578 personas perdieron su empleo, y para septiembre de ese año, 523 mil personas se encontraban en situación de desempleo, a consecuencia del deterioro del mercado laboral. El trabajo informal creció en 51,1%. La falta de liquidez y el programa de austeridad de Moreno también son parte de las causales.  Esto se traduce a una reducción del empleo pleno, con el que cuentan 2,5 millones de personas en todo el país, lo que representa al  30,8% de la población económicamente activa; sin embargo, el empleo inadecuado (subempleo, empleo no remunerado y otro empleo no pleno) representa el 63,3%, y el desempleo el 5%. Nuestro riesgo país (riesgo en cuanto a inversiones y financiaciones y pago de deuda externa) para febrero 2021 se ubicaba en 1263 puntos. Las familias con niños y adolescentes, y las mujeres particularmente, son quienes más sufren los estragos ocasionados por la crisis de gobernabilidad y del COVID-19.

Al finalizar el 2020, 43% de ecuatorianos lo hicieron como pobres multidimensionales, es decir, carecieron de condiciones dignas de educación, trabajo y seguridad social, salud, agua y alimentación social, hábitat, vivienda y ambiente sano. Después de pasada la pandemia, tomará cerca de 3 a 5 años para que las condiciones de vida puedan mejorar. A esto, hay que sumar el hecho de que muchos niños, niñas, adolescentes y jóvenes han tenido que abandonar sus clases debido a problemas de conectividad de internet, y con esto, el incremento del trabajo infantil es una de sus consecuencias, así como lo será a futuro el desarrollo del país.

El aguacero arrecia. El viento conjura voces y gritos mientras golpea inclemente casas y aceras. Guarezco a las afueras de una carnicería antes de llegar a casa. Observo una balanza: la distribución justa. Vienen a mi mente palabras e ideas estúpidas replicadas en redes sociales como “el pobre es pobre porque quiere”, “el pobre es pobre por cómo piensa”, “el pobre es pobre por interpretar”…imagino la entrada al campo de concentración de Auschwitz: “El trabajo te hace libre”, y la ambigüedad de su significado.

¿Habrán pensado el presidente y sus esbirros en la justicia distributiva durante su gobierno nefasto? ¿Reflexionarán su capital y su constitución psicológica los coaches virtuales? ¿Por qué la política social justa es inexistente y su aplicación a un bienestar conjunto casi imposible? Poco a poco el aguacero disminuye. ¿Por qué no pensamos en la correlación entre pobreza y desigualdad? ¿Cuándo perdimos la perspectiva? Nuevamente camino. La lluvia es leve, y a todo lo rodea una bruma. A lo lejos, por un instante, sale el sol. No puede llover eternamente.

Por Sebastián Vera

En mis redes: @sebis_vera

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